OTRA VEZ LOS CABALLOS, OTRA VEZ...
No pude evitar que irrumpieran en mi cuarto los caballos salvajes, transparentes.
"Te advertí que cerraras bien las ventanas y contraventanas"-le dije a mi mujer que, frente al espejo, se blanqueaba el cutis con una crema hedionda elaborada con excremento de ruiseñor. Aquella máscara de consistencia lunar, en contrapunto con su bata verde estampada de peonías amarillas, le daba el aspecto de una geisha que se acicala para una ceremonia del té.
Los caballos trotaban impunemente, galopaban en círculos, relinchaban, resoplaban sus belfos, corcoveaban, sudaban sus ijares, sus grupas.Caballos de todos los colores y razas. Por más que intentaba espantarlos, atizarlos con el látigo de mi súplica, seguían dando vueltas y vueltas por toda la habitación sin ni siquiera rozar la cama, las cortinas, la mesa con el televisor y el buda obeso de jade.
En realidad, sabía bien que resultaba inútil cerrar ventanas, puertas, las trampillas del sótano y el desván: de todas formas entrarían los caballos salvajes con la misma impunidad del polvo y las moscas.
Mi mujer seguía retocándose su máscara de crema hedionda y al mismo tiempo protestaba:
"Otra vez tú con esos malditos caballos...Yo no los veo por ninguna parte. De veras que lo intento para creerte, pero nunca los veo ni los oigo, aunque si quieres traigo de la cocina unos kilos de zanahoria y manzanas, je,je.
"No sirve, no sirve...sólo se alimentan de palabras. Me paso horas y horas hablando con ellos o leyendo en voz alta para satisfacer su hambre de palabras...Sobre todo les encanta la Eneida de Virgilio, los poemas de Teócrito y las Odas elementales de Pablo Neruda. Detestan las novelas de cualquier tipo.Y mis poemas no pueden ni olerlos. Al parecer son caballos acostumbrados a beber en las fuentes purísimas de Aganipe y de Hipocrene.
"Empiezan a caerme bien tus caballos mentales.
"No son mentales, son reales. ¿No escuchas cómo resuenan sus cascos sobre el parquet? ¿No te parece como el agua de una cascada rompiendo sobre un cúmulo de estrellas de la Vía Láctea?
"Yo sólo escucho el ruido de la lluvia sobre los tejados, y el ronroneo de la gata en el sofá.
A medianoche- no sé por dónde- se marcharon sin dejar huellas.
Se esfumaron con el último acorde de la lluvia en los cristales.
Me tomé las pastillas, pero apenas lograba dormirme. No podía soportar la peste de aquella crema de excremento de ruiseñor que anulaba cualquier intento de gozosa intimidad.
"Te advertí que cerraras bien las ventanas y contraventanas"-le dije a mi mujer que, frente al espejo, se blanqueaba el cutis con una crema hedionda elaborada con excremento de ruiseñor. Aquella máscara de consistencia lunar, en contrapunto con su bata verde estampada de peonías amarillas, le daba el aspecto de una geisha que se acicala para una ceremonia del té.
Los caballos trotaban impunemente, galopaban en círculos, relinchaban, resoplaban sus belfos, corcoveaban, sudaban sus ijares, sus grupas.Caballos de todos los colores y razas. Por más que intentaba espantarlos, atizarlos con el látigo de mi súplica, seguían dando vueltas y vueltas por toda la habitación sin ni siquiera rozar la cama, las cortinas, la mesa con el televisor y el buda obeso de jade.
En realidad, sabía bien que resultaba inútil cerrar ventanas, puertas, las trampillas del sótano y el desván: de todas formas entrarían los caballos salvajes con la misma impunidad del polvo y las moscas.
Mi mujer seguía retocándose su máscara de crema hedionda y al mismo tiempo protestaba:
"Otra vez tú con esos malditos caballos...Yo no los veo por ninguna parte. De veras que lo intento para creerte, pero nunca los veo ni los oigo, aunque si quieres traigo de la cocina unos kilos de zanahoria y manzanas, je,je.
"No sirve, no sirve...sólo se alimentan de palabras. Me paso horas y horas hablando con ellos o leyendo en voz alta para satisfacer su hambre de palabras...Sobre todo les encanta la Eneida de Virgilio, los poemas de Teócrito y las Odas elementales de Pablo Neruda. Detestan las novelas de cualquier tipo.Y mis poemas no pueden ni olerlos. Al parecer son caballos acostumbrados a beber en las fuentes purísimas de Aganipe y de Hipocrene.
"Empiezan a caerme bien tus caballos mentales.
"No son mentales, son reales. ¿No escuchas cómo resuenan sus cascos sobre el parquet? ¿No te parece como el agua de una cascada rompiendo sobre un cúmulo de estrellas de la Vía Láctea?
"Yo sólo escucho el ruido de la lluvia sobre los tejados, y el ronroneo de la gata en el sofá.
A medianoche- no sé por dónde- se marcharon sin dejar huellas.
Se esfumaron con el último acorde de la lluvia en los cristales.
Me tomé las pastillas, pero apenas lograba dormirme. No podía soportar la peste de aquella crema de excremento de ruiseñor que anulaba cualquier intento de gozosa intimidad.
Comentarios