BAHIA DE SANTIAGO



Cuando era adolescente me iba hacia el Castillo del Morro en la bahía de Santiago.
Entonces creía que mi salvación estaba más allá del mar, el Mar Tenebroso. Soñaba con ser un petrel de cola negra y huir hacia Europa y anidar en una isla del Egeo para siempre.
Recuerdo que bajaba de una guagua en Punta Gorda y tomaba una lancha rumbo a Cayo Smith,frente a la Socapa, un muelle de pescadores. Allí subía hasta una pequeña iglesia en la cima de un promontorio. Detrás de la parroquia había un campo de beisbol invadido por los hierbajos y aquellos saltamontes tan verdes que llamábamos esperanza.Olía intensamente a mar y a excrementos humanos. Rodeado de mariposas amarillas y gatos hambrientos, contemplaba la bahía más bella del mundo.
En realidad, no sé si era la bahía más bella del mundo.
Hemingway, recién casado, viajó a Little Traverse Bay,Michigan Norte, un territorio mítico de su infancia. Cuando el coche bordeó una colina y de pronto apareció todo aquel mar tan azul, tan resplandeciente, Hemingway le dijo a su esposa: "Mira todo esto, tanto hablar de la belleza de la bahía de Nápoles. Yo he visto las dos, y ningún lugar es más hermoso que Little Traverse Bay con sus colores otoñales."
Para mí, no había lugar más bello en el mundo que aquella bahía de Santiago, aquel Morro con su mesón español, su tabernáculo con el Cristo sacramentado, sus cañones llenos de herrumbre que ya sólo resonaban en la imaginación de gaviotas y adolescentes perdidos.



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